Drogas y el afán prohibidor

Un ensayo sobre las drogas, las prohibiciones y los delirios colectivos

Una idea de Jordi Cebrián

Un cambio con riesgos: la medicalización

Se resume en una frase: que manden los médicos. La gente podrá consumir una droga si a un médico le parece correcto. Unos ejemplos característicos de este enfoque es el suministro legal de metadona o heroína a heroinómanos bajo prescripción médica, o la ley aprobada por referéndum en 1996 en California que permite el uso de marihuana a enfermos si un facultativo lo cree conveniente.

Desde siempre, uno de los argumentos más utilizados por los luchadores antidroga ha sido el de diferenciar un uso médico, legítimo, y un uso recreativo, ilegítimo, peligroso, antisocial y, por tanto, perseguible y castigable, con cárcel si es preciso. La primacía de la medicina en nuestra sociedad actual a la hora de definir valores y prioridades hace lógica para mucha gente la argumentación de que, pese a lo malvado, inmoral o insalubre de usar una droga por diversión, esto deja de ser así cuando se toma por necesidad médica. El gran peligro, a mi entender, de este enfoque, es que mantiene un defecto esencial de la prohibición: su ataque a la libertad individual y al derecho al propio cuerpo. Por ello, traspasar el poder de los políticos a los médicos no es más que un cambio de amos. Me resulta evidente que es atroz negar el uso de drogas a quienes las necesitan para aliviar o curar sus dolencias. En este sentido, superar el moralismo original de la prohibición es, obviamente, un paso correcto y necesario. Pero si eso ha de llevarnos a olvidar la injusticia de base que supone negar al individuo el derecho a tomar libremente las decisiones que afectan a su propio cuerpo, la medicalización sólo sustituirá una tutela por otra. Tal vez una frase de Salustio explique el porqué del éxito que las posiciones medicalizadoras están empezando a tener: “La mayor parte de las personas no quieren ser libres, sólo quieren tener un amo justo.”