Sensatez frente a moralismo: políticas de reducción de daños
Las políticas de reducción de daños tienen como punto de partida la constatación de que muchos de los problemas, tanto médicos como sociales, derivados de las drogas, tienen su origen en las peculiares circunstancias que la prohibición conlleva. Esta estrategia prioriza todas aquellas actuaciones destinadas a minimizar los problemas generados por las drogas. Podría parecernos que cualquier política posible haría de éste el objetivo prioritario, pero no es así. Lo cierto es que, en el extremo opuesto de este enfoque, hallamos las llamadas políticas de ‘tolerancia cero’, que priorizan las actuaciones que tengan por objetivo reducir el numero de usuarios de drogas. Los partidarios de estas políticas, sin negar la problemática sanitaria asociada al uso de drogas, están principalmente preocupados por la dimensión moral de la cuestión. Para ellos,
las drogas desestructuran la personalidad, las relaciones humanas y sociales y son, por tanto, intrínsecamente malas. Estos fervientes partidarios del prohibicionismo creen que sólo atacan de verdad el problema de fondo aquellas medidas que favorecen la abstinencia total de embriagantes ilegales, y por eso ven en las políticas de reducción de daños una capitulación ante el uso de drogas, y un primer paso hacia políticas de tolerancia y liberalización. Esta oposición en las posturas entre partidarios de una u otra estrategia son radicales, tal y como señala el Director de la Unidad de Monitorización de Drogas y SIDA de Liverpool: “Los antecedentes de la reducción de daños se sitúan en el modelo sanitario científico, con raíces más profundas en el humanitarismo y el libertarismo. Por tanto, contrasta con la teoría de la abstinencia, que se arraiga más en el modelo punitivo de aplicación de la ley y en un paternalismo médico y religioso.”
Tómese el ejemplo de los programas de intercambio de jeringuillas entre usuarios de drogas por vía endovenosa. Quienes defienden la ‘tolerancia cero’ ven que estas medidas facilitan el uso de drogas y temen, por tanto, que aumente su consumo. Para ellos resulta inmoral hacer más accesible a nadie algo que es, en si mismo, malo. Afirman que es hipócrita defender la prohibición y, al mismo tiempo hacer más accesibles las sustancias o la parafernalia necesaria para utilizarlas. Por el contrario, para un partidario de la reducción de daños, estos programas minimizan los problemas de estos usuarios, que tienen mucho que ver con el hecho de compartir agujas y jeringas no estériles. Desde su perspectiva, aun cuando estos programas pudieran suponer un cierto incremento en el número de usuarios de estas drogas, si la cifra total de personas con problemas derivadas de su uso se reduce habrán valido la pena. Otro tanto sucede con los tratamientos de mantenimiento de heroinómanos con metadona o, incluso, con heroína. Estas medidas constituyen políticas de reducción de daños cuestionadas por los que opinan que, según los argumentos citados, el estado no puede suministrar drogas sino, tan sólo, favorecer la abstinencia total de las mismas.
las drogas desestructuran la personalidad, las relaciones humanas y sociales y son, por tanto, intrínsecamente malas. Estos fervientes partidarios del prohibicionismo creen que sólo atacan de verdad el problema de fondo aquellas medidas que favorecen la abstinencia total de embriagantes ilegales, y por eso ven en las políticas de reducción de daños una capitulación ante el uso de drogas, y un primer paso hacia políticas de tolerancia y liberalización. Esta oposición en las posturas entre partidarios de una u otra estrategia son radicales, tal y como señala el Director de la Unidad de Monitorización de Drogas y SIDA de Liverpool: “Los antecedentes de la reducción de daños se sitúan en el modelo sanitario científico, con raíces más profundas en el humanitarismo y el libertarismo. Por tanto, contrasta con la teoría de la abstinencia, que se arraiga más en el modelo punitivo de aplicación de la ley y en un paternalismo médico y religioso.”
Tómese el ejemplo de los programas de intercambio de jeringuillas entre usuarios de drogas por vía endovenosa. Quienes defienden la ‘tolerancia cero’ ven que estas medidas facilitan el uso de drogas y temen, por tanto, que aumente su consumo. Para ellos resulta inmoral hacer más accesible a nadie algo que es, en si mismo, malo. Afirman que es hipócrita defender la prohibición y, al mismo tiempo hacer más accesibles las sustancias o la parafernalia necesaria para utilizarlas. Por el contrario, para un partidario de la reducción de daños, estos programas minimizan los problemas de estos usuarios, que tienen mucho que ver con el hecho de compartir agujas y jeringas no estériles. Desde su perspectiva, aun cuando estos programas pudieran suponer un cierto incremento en el número de usuarios de estas drogas, si la cifra total de personas con problemas derivadas de su uso se reduce habrán valido la pena. Otro tanto sucede con los tratamientos de mantenimiento de heroinómanos con metadona o, incluso, con heroína. Estas medidas constituyen políticas de reducción de daños cuestionadas por los que opinan que, según los argumentos citados, el estado no puede suministrar drogas sino, tan sólo, favorecer la abstinencia total de las mismas.


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