Drogas y el afán prohibidor

Un ensayo sobre las drogas, las prohibiciones y los delirios colectivos

Una idea de Jordi Cebrián

Segundo dogma prohibicionista: ‘La droga mata’

Muchas cosas útiles pueden matarnos o ayudarnos a suicidarnos, cosas como los automóviles, los cuchillos de cocina y las terrazas de los áticos. Las drogas no son una excepción. Pero habría que poner las cosas en su sitio. De dos de las cuatro drogas citadas en el ejemplo las dosis letales no se conocen, pues nunca se ha dado una muerte por sobredosificación: la marihuana y el LSD. No es posible una intoxicación letal por fumar marihuana. En particular, el LSD tiene un margen de seguridad estimado de 1 sobre 650. Si lo comparamos con la aspirina, cuyo margen esta entre el 1 sobre 15 y el 1 sobre 20, empezaremos a ver lo que hay detrás del mito de la sobredosis . La sobredosis, y referida en particular al consumo de heroína, se ha convertido en una de las grandes confusiones de todo este tema. Por supuesto, es posible morir por sobredosis de heroína, como lo es por sobredosis de nicotina, alcohol, aspirina, tranquilizantes, jarabe para la tos, analgésicos, somníferos, etc. Lo que diferencia un medicamento de un veneno es tan sólo la cantidad. Así pues, ¿tiene la heroína un margen de seguridad extremadamente bajo?. En absoluto, de hecho es similar al de la aspirina, 1 a 20. Además, este margen puede crecer enormemente a medida que el usuario adquiere tolerancia a la sustancia. Bien, si es esto cierto, cabe preguntarse pues a qué se deben las muertes por sobredosis que se producen en todos los países. Y la respuesta es estremecedoramente simple: a la prohibición de las drogas. Durante los años en que el uso de la heroína era libre, no se conocen apenas casos de sobredosis, y los existentes pueden asociarse a voluntad suicida, similar a la de quien se quita la vida con una montaña de píldoras para dormir. La prohibición impide que el usuario de heroína pueda conocer la calidad, pureza y grado de adulteración de la sustancia que consume, permitiendo la introducción de sustancias en el mercado negro adulteradas hasta el punto de que, en la heroína callejera, la pureza oscila entre un 5 y un 10 por ciento. El resto pueden ser polvos de talco, tranquilizantes, yeso, harina o cualquier otra sustancia parecida. De hecho, pasan como muertes por sobredosis las intoxicaciones producidas por la adulteración: “En lo que respecta a casos de muerte por sobredosis, debe recordarse que tanto la heroína como la morfina, la codeína y el opio no adulterado producen una depresión respiratoria que conduce a un coma de varias horas. La inmensa mayoría de los casos actuales -cuyo prototipo es alguien que aparece muerto con la aguja clavada todavía en el brazo, por ejemplo en los servicios de un bar o una sala de fiestas- provienen de sucedáneos mucho más fulminantes por esta vía (estricnina, quinina, otros matarratas, etc.). Jamás puede atribuirse a heroína una muerte casi instantánea o consumada en minutos.” Por eso ahora se contabilizan las sobredosis bajo el amplio epigrafe de "reacciones agudas tras el consumo".

¿Cuáles son, por otra parte, los efectos secundarios de un uso crónico de heroína en condiciones higiénicas correctas? Según la mayoría de los expertos, tales efectos se limitan a un estreñimiento crónico. En una conferencia en España en 1985, el toxicólogo H. Berger, presidente de la Sociedad Médica de Nueva York, expuso como argumento para facilitar heroína a los heroinómanos que “la heroína, que constituye la droga por excelencia, es verdaderamente la menos peligrosa, y en estado puro se puede utilizar toda la vida sin estropear el organismo. La adicción no está en la sustancia sino en la persona.” Y por si alguien piensa que éstas son las declaraciones de un antiprohibicionista loco, citaré también a un defensor de la actual prohibición, James A. Inciardi, director del Centro de Estudios del Alcohol y la Droga de la Universidad de Delaware: “Si bien la sobredosis de heroína no es poco común, a diferencia del alcohol, cocaína, tabaco y muchas drogas legales, los daños fisiológicos directamente producidos por la heroína tienden a ser mínimos” . Sin embargo, en situación de prohibición, en que la carestía y adulteración del producto ha llevado a su consumo por vía endovenosa para aprovechar mejor una sustancia tan cara y de tan poca calidad, las condiciones de marginalidad asociadas al consumo han llevado a una expansión de enfermedades infecciosas transmitidas por compartir jeringuillas (a la que no es ajena el hecho de que la venta libre de agujas hipodérmicas haya estado, o esté aun, prohibida o restringida en muchos países). Así, el estado de nuestros ‘yonquis’, es consecuencia directa de nuestra ‘preocupación’ por su salud. Según el Manual Merck, el uso crónico de la heroína puede provocar fibrosis pulmonar debida a granulomatosis por el talco con que se adultera normalmente la droga; enfermedades hepáticas (principalmente hepatitis A y B) debidas a la falta de higiene en la administración endovenosa; osteomielitis, principalmente en las vértebras lumbares, debida a la diseminación hematógena de microorganismos de inyecciones no estériles; metaplasias extraóseas de los músculos afectados por una manipulación incorrecta de las agujas; alteraciones inmunológicas por infecciones o derivadas de la administración diaria de adulterantes desconocidos; ambliopía tóxica, por la adulteración de la heroína con quinina, bastante habitual; complicaciones neurológicas derivadas de reacciones alérgicas a la mezcla de la heroína con otras sustancias adulterantes; abcesos cutáneos, celulitis, linfangitis, linfadenitis y flebitis por agujas contaminadas; etc. En particular, la extensión del SIDA, debida a compartir jeringuillas no esterilizadas, alcanza dimensiones devastadoras en este colectivo que, aun representando apenas un 3 por mil de la población española , agrupa un 60% de todos los casos de SIDA registrados en nuestro país . Ni debe extrañarnos ver a muchos heroinómanos como les vemos, ni debemos atribuir su estado a la heroína. Si a lo anterior le sumamos las intoxicaciones mortales debidas a adulteración y las sobredosis debidas a la imposibilidad de conocer la cantidad y calidad del producto en una situación de mercado negro, llegamos a la terrible conclusión de que, en nombre de la Salud Pública, se ha generado un trágico problema médico de magnitud muy superior al que se pretendía paliar.

No es éste el lugar para una descripción farmacológica, ni siquiera aproximada, de las principales drogas. Tan sólo insistir en que los problemas provocados por el uso casual de la gran mayoría de las drogas son muy limitados cuando hay un conocimiento adecuado de la composición y de las cantidades. Los riesgos físicos por un uso puntual pasan principalmente, como con cualquier medicamento, por posibles reacciones alérgicas o por incidencia sobre enfermedades preexistentes. Debería haber quedado claro que los riesgos de sobredosis, tan temidos hoy en día, son debidos principalmente a la ignorancia y falta de control causadas por la prohibición. También aclarar que los riesgos derivados de un uso crónico se exageran notablemente para la mayoría de las sustancias, siendo sin duda los más graves los asociados a drogas perfectamente legales como el tabaco, cuyo consumo ocasiona 50.000 muertes anuales en España, y 600.000 en toda Europa ; o el alcohol, causante de unas 30.000 muertes al año en nuestro país . De otras, en cambio, apenas se conocen riesgos, como sería el caso del cannabis o el LSD.

¿Equivale lo antedicho a afirmar que el uso de las drogas está libre de peligros? En absoluto. Y no sólo porque pocas actividades humanas lo están, sino porque, en particular, un uso irresponsable de determinadas sustancias puede ser obviamente dañino. Concretando más, todas las estadísticas demuestran que el alcohol y el tabaco son sin duda dos de las más peligrosas drogas conocidas, produciéndose más muertes, tanto en cifras absolutas como relativas, derivadas de su consumo que debidas al uso de todas las drogas ilegales juntas. Existen riesgos, pero ha de quedar claro cuáles son más allá de mistificaciones interesadas en tratar como igual lo diferente, a fin de que sea el usuario, real o potencial, quien decida. Desde un punto de vista farmacológico, las drogas ilegales no presentan, por el hecho de serlo, un mayor riesgo de sobredosis que el existente en el uso de cualquier medicamento de libre dispensación. Y es evidente que el riesgo mayor que puede existir en un uso de drogas prohibidas es el que se deriva justamente de su situación ilegal: la imposibilidad de saber qué estamos tomando y en qué cantidad. Con todo, ha de evidenciarse también que determinadas drogas ilegales, cuyo ejemplo más palmario es el cannabis, presentan, desde todos los puntos de vista, riesgos para la salud infinitamente menores que el alcohol o, por supuesto, el tabaco, drogas de uso común y legales hoy día en nuestro país.