Drogas y el afán prohibidor

Un ensayo sobre las drogas, las prohibiciones y los delirios colectivos

Una idea de Jordi Cebrián

Los enfermos de homosexualidad

Otro tanto cabe decir del tratamiento dado a la homosexualidad, perseguida primero como vicio y pecado, y luego como enfermedad. En la segunda mitad del siglo XIX, la medicina empieza a preocuparse por las perversiones sexuales. Siguiendo la tradición moral judeocristiana, la medicina se alía una vez más con las ideologías dominantes para aportar argumentos ‘científicos’ a puros prejuicios de orden moral. Partiendo de un supuesto carácter congénito de la homosexualidad, doctores como Westphal (1870), A.Mol (1893) o B. von Krafft-Ebing (1887), correlacionan la homosexualidad y otras ‘anomalías sexuales’ con enfermedades de tipo neurótico, como la histeria, la epilepsia o la neurastenia. Von Krafft-Ebing la clasifica como una ‘psicopatología sexual’ y llega a la concusión de que es una forma congénita de degeneración, y que, por supuesto, requiere tratamiento médico. Esta tesis se ha mantenido hasta hace pocos años. Solo en 1973, la Asociación Americana de Psiquiatría retira la homosexualidad de su ya citado Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Psiquiátricos, tras la necesidad, por primera vez, de realizar un referéndum entre sus miembros para adoptar la decisión, cosa que deja a las claras el carácter ideológico de la clasificación o desclasificación. Pero es que en 1981, la homosexualidad se incorpora en la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud, para no ser descatalogada hasta 1991.

Por supuesto, dada la evidencia ‘científica’ de la patología causante de la homosexualidad, se intenta tratar la ‘enfermedad’ mediante el internamiento involuntario en hospitales o cárceles, utilizándose para ello terapia de aversión, electroshocks, administración de hormonas y, en algunos casos, la castración. En Alemania y EEUU, se ha utilizado cirugía cerebral para tratar la homosexualidad, hasta los años setenta, con desastrosos resultados. Son ilustrativas del celo médico respecto a la salud de los homosexuales, las palabras del Dr. López Ibor, médico de prisiones, en el Congreso Médico de San Remo en 1973: “Mi último paciente era un desviado. Después de la intervención quirúrgica en el lóbulo inferior del cerebro presenta, es cierto, trastornos en la memoria y en la vista, pero se siente más ligeramente atraído por las mujeres.” Según el patrón clásico de transferencia de males al chivo expiatorio de turno, los científicos se esfuerzan entonces en correlacionar la ‘enfermedad’ homosexual con la delincuencia. Veamos un ejemplo de este tipo de razonamiento: “Ambos, homosexuales y criminales natos, tienen una etiología análoga casi idéntica. Ambos descienden de epilépticos, de neurópatas, de padres excéntricos o viejos […] La edad en que el crimen hace más estragos en ellos es la misma, de los 15 a los 25 años. […] Tienen un núcleo neuropático y morboso, aunque en estos últimos [los homosexuales] esto es más frecuente y en los otros la epilepsia, pero en ambos, tanto la impulsividad excesiva, la precocidad, la simulación de la locura, la imposibilidad de inhibición da un color esencialmente epiléptico. Y en ambos, tanto la inclinación criminal o la inversión puede ser el equivalente de un ataque epiléptico, apto para repetirse periódicamente.” Y lo que en el anterior párrafo es una relación delincuente-homosexual, se transforma en identidad en la siguiente cita: “Se trata de sujetos celosos, sádicos, brutales, con manía persecutoria, que van armados, amenazan de muerte y a veces matan, todo ello producto de su posición homosexual, que no logran dominar. Son peligrosos para la familia y, sobre todo, socialmente su peligro se halla en su impulsividad, en su erróneo concepto de la ética; créanse normas morales peculiares, y una vez en ellos establecidas su escasa voluntad se emplea con extraña perseverancia en sostenerlas y alcanzar, sean cuales sean los medios, sus fines morbosos” .

Si pensamos en los anteriores ejemplos, o en otros parecidos, no podemos por menos que preguntarnos si tan alejados de la ridiculez se hallan nuestros actuales miedos, mitos y tinglados sociales montados alrededor de la Droga. Citando a Escohotado cuando habla de la caza de brujas, hemos de pensar que “tan insensato como creer en brujerías sería pensar que el fondo de donde brotó esa creencia ha dejado de existir. Al contrario, la caza de chamanes y brujas en Europa y América ofrece simplemente un buen ejemplo de terapias que seguirán afectando con los métodos del juez Lynch a minorías étnicas, grupos e ideologías hasta el día de hoy.” En efecto, resultaría ilusorio pensar que, por primera vez en la historia, nuestras sociedades se hallan libres de prejuicios sin fundamento usados para oprimir a determinadas minorías sociales. Las teorías médicas y las interpretaciones religiosas, son a menudo coartadas justificadoras de una definición política sobre los ‘buenos’ y los ‘malos’. La mayoría de los contemporáneos de cada una de las mencionadas barbaridades, creía de buena fe en la verdad oficial de las autoridades políticas, médicas y eclesiales, y veía racionalmente justificadas las medidas que se adoptaran para combatir el vicio, el pecado o la enfermedad. Del mismo modo, hoy una gran mayoría de contemporáneos está aceptando sin más una persecución irracional contra ‘lo diferente’, bajo los auspicios de la Salud Pública, el Bien Común y el Orden.