Drogas y el afán prohibidor

Un ensayo sobre las drogas, las prohibiciones y los delirios colectivos

Una idea de Jordi Cebrián

Las drogas prohibidas: Cómo empezó todo

Creer que las drogas son un fenómeno propio de nuestro tiempo, como parece desprenderse de determinados discursos, es por supuesto una soberana tontería. La historia de las drogas, así como la de sus usos y abusos, es tan antigua como el hombre. Hay que tener en cuenta que la mayoría de las sustancias psicoactivas se encuentran en la naturaleza, normalmente en forma de plantas u hongos. Pronto el hombre descubrió que comer, mascar o inhalar el humo procedente de quemar determinados vegetales provocaba en él ciertos cambios significativos. Existen por supuesto testimonios del uso de drogas en todas las culturas y en todas las épocas . Podemos también afirmar que, en función de los condicionamientos geográficos y culturales, cada civilización ha adoptado algunas de ellas como propias. Dado que, como he mencionado en el capítulo anterior, cada droga posee sus características especiales, es normal que los hombres usaran de unas u otras en función de sus necesidades particulares en cada momento.

En general, podríamos hablar de tres grandes tipos de drogas que han cubierto tres necesidades distintas a lo largo de los tiempos. Las drogas estimulantes han servido para facilitar la realización de trabajos duros y repetitivos, así como para suprimir o disminuir la fatiga renovando las energías. El ejemplo más conocido es tal vez la costumbre de los indígenas suramericanos de mascar hojas de coca para resistir el cansancio y los males de altura. Por otra parte, otro gran grupo de drogas lo constituyen las llamadas enteógenas o alucinógenas. Estas sustancias, tal vez las más antiguas que se conocen, aportan al hombre una percepción nueva de la realidad, modificando la lectura que del entorno realizan sus sentidos. Son sustancias que revelan un ‘más allá’ al que fácilmente puede darse un significado religioso. Es como si pusieran al hombre en contacto con Dios, alejándole de su realidad y uniéndole místicamente con la Naturaleza. En las visiones generadas por estas drogas, ven algunos historiadores el origen de las religiones . Así, la cultura religiosa no sería sólo el resultado de intentar dar respuestas a unas realidades que no se podían controlar y cuyas causas no se conocían, sino que procedería de las experiencias místicas provocadas por sustancias. La aplicación tradicional que en todas las culturas se ha dado a estas drogas es pues la ceremonial. Por último, el tercer gran grupo de drogas está formado por los narcóticos, sustancias analgésicas cuyos efectos son la sedación y, en ocasiones, el olvido. Con estas sustancias, el hombre ha encontrado reposo y alivio del dolor, ya sea éste físico o mental.

Quiero dejar claro que esta división de las drogas en tres grandes grupos, basándonos en sus efectos, es simplificadora. Para entendernos, el grupo de los estimulantes estaría representado por el café, los derivados de la planta de la coca (en particular, la cocaína), las anfetaminas, etc. Como ejemplos de alucinógenos hemos de pensar en el cannabis, ciertos hongos (psilocybes, amanita muscaria, etc.), la ayahuasca o, en nuestros días, el LSD. Por último, los narcóticos por excelencia son el opio, con sus derivados naturales o sintéticos (morfina, heroína, metadona, etc.), y el alcohol. Pero es cierto que hay sustancias que tienen, en función de la dosis, varios de esos efectos. Así, el alcohol es en pequeñas dosis estimulante, y, en cantidades mayores produce embriaguez alucinatoria y finalmente sueño profundo. Por este motivo, el alcohol ha sido usado médicamente y también como droga religiosa. También la heroína funciona inicialmente como estimulante, y el cannabis además de alteraciones sensoriales provoca somnolencia y analgesia. Sin embargo, este modelo de clasificación, con los matices necesarios, puede ayudarnos a entender tanto los usos ancestrales como los actuales de las drogas. Sigamos pues.

Inicialmente, los usos religiosos y medicinales estaban íntimamente relacionados, administrados ambos por los brujos o chamanes, pero luego devinieron realidades distintas. Los efectos terapéuticos producidos por la ingestión de ciertos vegetales eran indesligables de ciertos ritos necesarios, sin los cuales se consideraba que los efectos no existirían.

Paralelamente, a los tres usos ‘correctos’ que podían tener las drogas, a los que llamaremos estimulante, religioso y terapéutico, se superpone un cuarto uso que abarcaría a todas las sustancias. El hombre usa las drogas no sólo por necesidad, sino por placer. No busca en la embriaguez el encuentro con Dios, sino el placer derivado de obtener unos estímulos y recibir unas sensaciones que no encuentra en la rutina diaria. No busca estimularse sólo para trabajar mejor o porque está fatigado, sino por placer, porque se encuentra tal vez con un ‘tono vital bajo’ que no le permite disfrutar de lo que le rodea. No busca ya narcotizarse o relajarse sólo porque se encuentre enfermo o dolorido sino por placer, porque tiene ganas de gozar mediante algún tipo de embriaguez. Así nacen pues los usos ‘recreativos’ de las drogas, que ponen el acento en el individuo, en el ‘yo’ y no en el trabajo, en Dios o en la enfermedad. Así nace también, probablemente, el concepto de ‘usos impropios’ de las drogas frente a los ‘usos propios’.

Estos tres usos tradicionales, estimulante, ceremonial y terapéutico, perduran, como veremos posteriormente, en nuestros días. Y la visión unificada de las drogas no debería hacernos perder de vista este aspecto múltiple. Y veremos también como, hoy en día, seguimos mayoritariamente sin aprobar el uso recreativo de las drogas y aceptamos sólo sus funciones terapéuticas o estimulantes. El respeto hacia el uso ceremonial de las drogas, aun en una sociedad como la nuestra, que tiende al laicismo, perdura aun en algunos detalles. Así, la prohibición del alcohol en EE.UU durante la Ley Seca hacía excepción de “los usos medicinales y del vino de la misa”. Y en EEUU la “Native American Peyote Church”, conocida como Iglesia del Peyote, puede hacer uso de sustancias enteógenas obtenidas de ese cactus, prohibido para el resto de mortales, para realizar sus ceremonias religiosas.

Pero, ¿cómo surgió esta situación? ¿Qué factores han determinado la existencia de unos usos ‘correctos’ y unos ‘incorrectos’? Veamos. Al frente de los tres empleos básicos, administrándolos y refrendándolos, están dos grandes grupos de presión: los sacerdotes y curanderos, por una parte, y los gobernantes, en forma de jefes de tribu, monarcas o señores feudales, por otra. Los primeros tienen la atribución de administrar el uso ritual de las drogas alucinógenas, así como el de los narcóticos con fines medicinales. Del mismo modo, la clase gobernante constata que con el uso de los estimulantes puede conseguirse un mayor rendimiento laboral o una mayor furia de los soldados en el campo de batalla. Encontraremos en la fusión de las castas eclesial y política en el todopoderoso Estado actual una de las claves de la actual prohibición totalizadora de ‘la Droga’, pero antes hemos de referirnos a algunas etapas específicas del largo camino transcurrido hasta hoy. En este sentido, Escohotado define cuatro fases en la relación de la humanidad con las drogas. La primera de ellas, asociada al paganismo, es un tiempo en que la humanidad convive con las drogas y las usa en su beneficio sin mayores problemas. Posteriormente, la aparición del cristianismo primero y del islamismo después, con su vocación de control sobre los apetitos humanos y la conciencia, empieza a marcar un punto de inflexión en la relación del hombre con las drogas. La condena del placer, el monopolio de la experiencia religiosa y las ideas referentes al cuerpo humano como propiedad divina, son motivos que van tomando fuerza y que en Occidente desembocan, en el siglo XIII, en una represión, asociada con la caza de brujas, de los usos terapéuticos de las hierbas medicinales no administrados por la medicina oficial, masculina y que cuenta con el apoyo de la Iglesia y los gobernantes. Así, la ‘bruja blanca’, mujer que administra remedios y curas a la gente, es perseguida con igual o más saña que la bruja que realiza maleficios y tiene tratos con el diablo. Lo que está en juego y se defiende con ahínco por parte del poder, es el monopolio del uso ‘legítimo’ de las drogas. A esta etapa oscura, le sigue durante los siglos XVIII y XIX, un renacimiento del interés por las sustancias psicotrópicas, que vuelven a ser usadas por la humanidad sin complicaciones, miedos ni mayores problemas individuales o colectivos. Y no es hasta bien entrado el siglo XX cuando cristalizaron ciertas tendencias que llevaron a Estados Unidos a promulgar la Ley Seca y, tras ser ésta abolida, a declarar la lucha contra los ‘narcóticos’, iniciándose así la cruzada contra las drogas que hoy conocemos, amplificada hasta el paroxismo a finales de la década de los setenta. Es de esta última etapa de la que quisiera hablar brevemente, pues es necesaria para entender el actual estado de cosas.

¿Qué causas desencadenaron la actual prohibición? ¿Qué cambios se produjeron en el mundo y en la mentalidad colectiva de nuestras sociedades que hicieron posible, en el primer cuarto de siglo, el inicio de la cruzada? Refiriéndose a las causas de las guerras Napoleónicas, Tolstoi escribió en ‘Guerra y Paz’: “A medida que profundizamos en la búsqueda de las razones y analizamos cada una separadamente, o la serie de todas ellas, nos parecen igualmente justas en sí mismas, e igualmente falsas, por su nulidad en comparación con la magnitud de los hechos y por su intrínseca insuficiencia para dar origen a aquellos hechos sin la participación de las demás causas concordantes” . Lo mismo es aplicable al caso que nos atañe. Muchos son los factores que han ido confluyendo hasta cristalizar en la prohibición tal y como hoy a conocemos, y aunque ni son cada uno de ellos suficientes ni están todos los que debieron participar, parece existir un acuerdo básico en algunos puntos. El miedo a ciertas minorías raciales; fuertes movimientos religiosos que veían una inmoralidad en el uso de sustancias para alterar la conciencia; un aumento del número de adictos a la morfina derivado de su uso masivo como analgésico durante la Guerra Civil Americana; la pugna entre las agrupaciones médicas y las farmacéuticas por el control de la dispensación de drogas y un movimiento reformista que creía en la posibilidad de cambiar la naturaleza humana mediante leyes, constituyeron, como veremos, un fuerte motor para el inicio de la cruzada.

Pero antes de empezar a describir brevemente alguno de estos puntos, me gustaría repasar un concepto que, aunque poco usado y considerado anticuado en nuestros días, es vital para entender lo sucedido hace ahora un siglo. Me refiero al ‘vicio’. La medicalización de nuestra sociedad en este tiempo y en particular referida al problema de las drogas, puede hacernos olvidar que, básicamente, el origen del prohibicionismo farmacológico fue de categoría moral y tenía como finalidad la supresión del ‘vicio’. El Diccionario de la Real Academia da para esta palabra, entre otras, tres acepciones que pueden ayudarnos a reflexionar. La primera lo describe como “falta de rectitud o defecto moral en las acciones”. La segunda acepción que me interesa es la que se refiere a él como al “hábito de obrar mal”. Por último, leemos: “Gusto especial o demasiado apetito de una cosa, que incita a usarla frecuentemente y con exceso". Es decir, el vicio, para existir, precisa de la vigencia de ciertas normas morales, normas que describen lo bueno y lo malo. Una acción mala es, pues, una acción viciosa. Así, no es extraño que tener el hábito de obrar mal, según la segunda acepción, sea también un vicio. Pero en la tercera definición se produce un salto semántico interesante. En ella vemos que cualquier hábito, cualquier uso frecuente y ‘excesivo’ de alguna cosa, constituye una conducta viciosa y, por tanto, una acción inmoral. Pero, ¿qué entendemos por uso excesivo? Es uso excesivo, para una moral determinada, aquel que persiste más allá de su finalidad ‘legitima’. Así, es para la moral católica un uso excesivo del sexo aquél que va más allá de su finalidad legitima, la reproducción. Es para la medicina un uso excesivo de la morfina aquel que va más allá de su uso ‘legitimo’, la analgesia prescrita y controlada por un doctor. En los pecados capitales encontramos ejemplos de otros excesos viciosos: la gula como exceso en el uso de la comida, la lujuria como exceso en el uso del sexo, etc. Esta obsesión por considerar inmorales los ‘excesos’, está emparentada directamente con el otro gran tabú en las grandes religiones monoteístas: el placer, pecaminoso en si mismo y por el hecho de invitar al exceso. Por eso la tradición judeocristiana ha considerado como esencialmente pecaminosa, y en consecuencia impura, a la mujer, pues era vehículo e incitadora de la lujuria. Y por el mismo motivo la mayoría de placeres que el hombre ha tenido a su disposición han sido considerados en un momento u otro como vicios que merecían ser controlados o prohibidos. En particular, las sustancias que, por placenteras, invitaban a su uso frecuente, son vehículos de pecado y, por tanto, también esencialmente pecaminosas e impuras. No ha de extrañarnos tampoco que nuestra moderna religión laica, la medicina, proscriba también muchos placeres a sus creyentes, tal y como la mayoría de ‘fieles’ saben bien.

Es, pues, la lucha contra el vicio el principal desencadenante de la prohibición. Por este motivo, a finales del siglo pasado y principios de éste, florecieron en EE.UU. un gran número de grupos sociales reformistas. El reformismo consistía básicamente en la creencia de que era posible mejorar la sociedad mediante la imposición de leyes que tuvieran como objetivo la reforma de las costumbres y los hábitos de los hombres mediante la erradicación del vicio. Normalmente estos movimientos tenían como base ideológica un puritanismo extremo. Ejemplos de ello los tenemos en la Liga Antialcohólica, la Sociedad para la Supresión del Vicio, la Liga antibeso, etc. Entre los más activos de estos grupos estaban la Anti-Saloon League, fundada en 1895, y cuyo objetivo declarado era una América “limpia de ebriedad, juego y fornicación”. Un autor moderno describe así la naturaleza de estos grupos: “Hasta el fin de la prohibición del alcohol en 1933, había un denominador común entre quienes participaban de los movimientos prohibicionistas. Todas esas personas y grupos compartían una ética antihedonista que hacía posible un frente políticamente unido en sus esfuerzos para prohibir legalmente todas las sustancias químicas generadoras de placer, así como otros entretenimientos humanos placenteros, no químicos, como la danza, la música jazz, el juego, etc.” Para ponernos en situación, a raíz de movilizaciones de este tipo, se incluyó obligatoriamente en 1900, por primera vez en la historia de los EE.UU., la educación en la templanza en los colegios públicos; varios estados tenían leyes que prohibían la venta libre de alcohol; fumar estaba prohibido en 12 estados; y estaban encarceladas en 1913 unas 5.000 personas por tenencia o tráfico de escritos e imágenes obscenas .

Por otra parte, dos colectivos americanos, la Asociación de Farmacéuticos y la Asociación de Médicos pugnaban a principios de siglo por el control de las drogas. En los estatutos fundacionales de la primera pedían restringir en lo posible la dispensación y venta de medicamentos a drogueros y boticarios . Pero esta lucha no consistía sólo en decidir cuál de los dos colectivos debía tener el control, dado que entonces era posible conseguir cocaína, cannabis o morfina en múltiples preparados que se conseguían incluso por correo, sin necesidad de la intervención de ‘especialistas’. En este sentido, cualquier control al libre comercio de las drogas era para esas dos instituciones una bendición que apoyaron casi sin reservas. Como veremos más adelante, las primeras leyes para controlar las drogas no tenían como objeto hacer desaparecer éstas de la farmacopea, sino tan sólo limitar su uso al estrictamente terapéutico. Esto equivalía pues para médicos y farmacéuticos a asumir el control exclusivo de su dispensación, con los privilegios sociales y económicos que ello comportaba. Veremos, sin embargo, cómo unos y otros habrían de pagar por este error, dado que pocos años después de la aprobación en 1914 de la primera reglamentación en el ámbito estatal de los narcóticos, la Ley Harrison, 30.000 médicos y 8.000 farmacéuticos estaban encarcelados por la administración de narcóticos a agentes policiales que se hacían pasar por adictos a fin de pillarles ‘abusando’ de su profesión . Por otra parte, muchos de los movimientos reformistas tenían un fundamento sanitario, dando mucha importancia a la preocupación por la salud y todo lo relacionado con ella como base necesaria para conseguir una sociedad mejor. La mezcla de un puritanismo convencido de tener la razón sobre temas morales con una incipiente medicalización del comportamiento humano, es explícita en la siguiente cita de Benjamin Rush , que en 1785 hacía ya un primer intento ideológico para prohibir el consumo de alcohol: “En lo sucesivo será asunto del médico salvar a la humanidad del vicio, tal como lo fue hasta ahora del sacerdote. Concibamos a los seres humanos como pacientes en un hospital; cuanto más se resistan a nuestros esfuerzos por servirlos, más necesitarán nuestros servicios.”

También el problema de los inmigrantes a finales del siglo pasado en EE.UU., así como los problemas de empleo debidos a una saturación del mercado de trabajo y la tensión racial derivada en parte de esos factores, tuvieron mucho que ver con la prohibición de las drogas. Como David F. Musto reconoce, a finales del siglo XIX “se identificaba a los adictos con grupos extranjeros y minorías internas que eran ya activamente temidas y que eran ya objeto de elaboradas y masivas restricciones legales” En efecto, las cuatro grandes sustancias psicotrópicas de uso recreativo, el alcohol, el opio, la cocaína y la marihuana, estaban ligadas a cuatro grupos raciales definidos. Así, del mismo modo que la reacción contra el alcohol fue en gran parte derivada del rechazo a la minoría irlandesa, grupo que constituyó la primera entrada masiva de mano de obra barata en EE.UU., el opio fue vilipendiado porque lo usaban los chinos, la cocaína porque la utilizaban los negros del sur y la marihuana porque era fumada por los mejicanos. En todos los casos, y muy especialmente en los tres últimos, grupos sociales a los que se odiaba o temía por uno u otro motivo, fueron satanizados en función de costumbres que les eran propias. En un mecanismo de cohesión social que veremos repetido infinidad de veces, se vio en sus peculiaridades culturales la ‘causa’ de su inferioridad racial y un peligro para los ‘blancos’ integrados en el sistema. Setenta años más tarde veremos como se reproduce este esquema de demonización social aplicado al movimiento juvenil contestatario en EE.UU. y cuyo más popular exponente fue el ‘hippismo’.

Todas las circunstancias sociales y culturales antes citadas generaron la prohibición de nuestras actuales sustancias ilícitas, y dieron lugar también a un periodo de 13 años (1920-1933) en que, en EE.UU., estuvo prohibida una droga ahora legal: el alcohol. No me extenderé en las circunstancias particulares que llevaron a esta prohibición, principalmente porque, al ser el alcohol legal para nosotros en la actualidad, nos cuesta verlo hoy como una droga más, al mismo nivel que la cocaína o el opio. Ya en el capítulo siguiente me extenderé detallando los problemas que dicho precepto provocó y que motivaron su derogación.

Pero estamos aún a finales del siglo XIX, así que empecemos hablando del opio.

2 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Me gustó mucho su publicación, me parece que es una buena introducción a los orígenes de la prohibición de las drogas. Le agradecería que me dijera los libros, artículos, etc. en los que ha basado su exposición, para poder profundizar.

5:45 PM  
Anonymous Sanango said...

Muy interesante el análisis, gracias.

2:09 PM  

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