Drogas y el afán prohibidor

Un ensayo sobre las drogas, las prohibiciones y los delirios colectivos

Una idea de Jordi Cebrián

Las drogas como concepto: Una recapitulación

Hay varias ideas que he intentado dejar claras a lo largo de este primer capítulo, y que considero fundamentales para una aproximación correcta al problema. En primer lugar, que la complejidad del asunto es mucho mayor de la que podría parecer a primera vista, y que, sin duda, va mucho más alla del ‘simplemente di no’. No menos importante es tener claro que el tema de las drogas se halla enturbiado por una cantidad ingente de desinformación, mentiras y medias verdades, generadas y difundidas por ignorancia o malicia. Quisiera haber aclarado que la Droga en mayúsculas es un concepto falso y pernicioso para la comprensión del fenómeno de las drogas; que ni todas tienen los mismos efectos ni ellos provienen exclusivamente de sus propiedades farmacológicas, siendo tan importantes como éstas el contexto personal y social en que se usan y las expectativas del usuario hacia ellas; que la peligrosidad de las drogas, desde el punto de vista sanitario, es debida en su mayor parte al hecho mismo de la prohibición, con la que se agravan los riesgos preexistentes y se generan peligros para la salud desconocidos en situación de legalidad, como las sobredosis, las intoxicaciones debidas a la adulteración, y el uso inadecuado debido a la desinformación; que la llamada adicción no debe atribuirse tanto a la sustancia como al sustrato psicológico de quien la usa, y que, ante todo, es más un concepto ético o moral que farmacológico o clínico. Y, por encima de todo, es básico constatar que en nuestras percepciones al respecto, confundimos a menudo causas y efectos, culpabilizando a las drogas de los males que la propia prohibición ha generado.

Estoy convencido de que la gran mayoría de los hechos objetivos que hoy nos preocupan, son consecuencia directa o indirecta de un experimento social basado en la prohibición de las drogas y la represión de quienes las producen, venden, compran o usan. Un experimento que ha venido funcionando en nuestros países desde principios de los años veinte y que se ha intensificado, alcanzando dimensiones de histeria colectiva, desde mediados de los setenta. A la prohibición debemos toda la violencia así como la gran mayoría de los problemas sanitarios que hoy asociamos a la Droga. En el tercer capítulo me centraré en constatar muchos de los efectos perniciosos que la cruzada antidroga ha provocado en nuestras sociedades, pero quiero dejar dicho ya que sólo una percepción clara de las causas de los problemas que hoy tenemos pueden ayudarnos a darles soluciones reales. Estas soluciones, a mi modo de ver, sólo pueden pasar por confiar más en la educación que en las cárceles y en la responsabilidad más que en la represión. El hombre ha convivido durante siglos con las drogas. Ahora hemos decidido declararles la guerra y creemos que nos apoyamos para ello en profundas e incontrovertibles verdades científicas, sin entender que la guerra contra las drogas es ante todo una guerra con fundamentos morales arropados por una terminología científica, así como una imposición de la mayoría contra una minoría de disidentes farmacológicos.

Son muchos quienes piensan que de las drogas puede hacerse uso responsable y que, con sensatez e información, confiando en la capacidad de las personas de hacer uso de su libertad incluso cuando ello le conlleve riesgos, los peligros asociados a la liberalización de la drogas serían sin duda menores que los que hoy mismo padecemos. Pero el concepto de que con las drogas es posible un uso sin abuso no es hoy políticamente correcto. La Fundación de Ayuda contra las Drogas nos lo recuerda estos días por televisión: “¿Conoces a alguien que controle con las drogas? Nosotros NO.” En este caso, la falsedad y zafiedad del mensaje es tan enorme, que sólo la combinación explosiva de malicia, estupidez e ignorancia lo justifica. Es un hecho incontrovertible que la gran mayoría de los usuarios controlan las drogas que usan, sean estas alcohol, marihuana, heroína, cocaína o LSD, pese a que la prohibición eleva, lógicamente, la proporción de abuso respecto al uso. Y quede apuntado para una reflexión posterior, que el propio concepto de ‘abuso’ es indefinido y controvertible. Me permitiré citar dos párrafos extraídos del Informe del Plan Nacional sobre Drogas de 1994, que nos servirá tal vez para poner en su justo lugar la adicción creada por dos de las drogas cuyo uso crece más rápidamente en nuestro país y cuyo consumo más preocupa a nuestras autoridades, tan dispuestas siempre a velar por nosotros pese a nosotros. Respecto a la cocaína: “Se barajan distintas hipótesis para explicar que bastantes años después de la detección de una importante extensión del consumo de cocaína continúe siendo relativamente escasa la presencia de problemas por esta droga. Entre ellas, el predominio en la mayoría de consumidores de patrones de consumo poco intensivos (consumo esporádico por vía intranasal)” . Y respecto a las ‘drogas de diseño’: “En general, la frecuencia de consumo de estas sustancias es baja. El consumo suele producirse de forma periódica durante el fin de semana o bien esporádicamente con ocasión de fiestas en las que se baila al son de música sintética a volumen muy elevado. Sin embargo, existe una pequeña proporción de consumidores compulsivos.” También la Memoria de 1996 del Plan Nacional sobre Drogas reconoce que: “el consumidor de drogas ya no es un marginado como en el caso de la heroína, sino un ciudadano integrado y sin gran conciencia sobre los efectos adversos de las sustancias que consume” . Por último, el Observatorio Europeo sobre Drogadicción, describe al consumidor medio de cocaína como “una persona de 20 a 40 años, socialmente integrada y con un estatus, tanto educativo como profesional, superior a la media” .

En cualquier caso, tanto da. Las campañas propagandísticas antidroga buscan la impresión y el miedo aunque sea recurriendo al engaño. Con la complicidad, todo sea dicho, de los medios de comunicación, que ofrecen gratuitamente sus espacios publicitarios para ‘una buena causa’, y la bendición de su Majestad la Reina, presidenta de honor de la Fundación de Ayuda contra las Drogas. La Droga, nos repiten con machacona insistencia, posee mecanismos misteriosos para apoderarse de la voluntad humana y convertir lo que antes era un hombre libre en un pelele sin albedrío. Muchas expresiones populares nos lo recuerdan: ‘ha caído en las garras de la Droga’, ‘la Droga le hizo cometer ese delito’, ‘ya no es quien era, la Droga se ha apoderado de él’. Así pues, como no puede existir uso sin abuso y el abuso implica perdida de voluntad, unos y otros concederán que ‘la Droga hay que prohibirla’, que hay que ‘luchar contra ella’, y que es labor de los gobiernos velar, con la ayuda de la policía, el ejército y los jueces, para mantener a nuestros jóvenes alejados de estos peligros, para proteger a los débiles de espíritu de sus tentaciones y para, en definitiva, crear una sociedad libre de drogas.

Y a este experimento para devolvernos la libertad amenazada por las drogas le llamaremos prohibición.