Drogas y el afán prohibidor

Un ensayo sobre las drogas, las prohibiciones y los delirios colectivos

Una idea de Jordi Cebrián

Introducción

Durante el verano de 1996 aparecieron en la prensa una serie de noticias relacionadas con las drogas y las adicciones. Por una parte, el nuevo delegado del Plan Nacional sobre Drogas, recién nombrado por el PP, daba una rueda de prensa en la que anunciaba de manera espectacular un “descubrimiento”: en determinadas revistas naturistas aparecían anuncios de venta por correo de un producto llamado “herbal éxtasis”. El uso de la palabra 'éxtasis' provocó el pánico. Había que poner a la sociedad sobre aviso, prevenirla del peligro que se cernía sobre ella. Daba igual que este producto estuviera compuesto por sustancias legales en nuestro país y legales también en la capital de la cruzada antidrogas, EE.UU.: cafeína, efedrina y benzoico. Daba igual que no hubiera base legal alguna para retirar el producto de los puestos de venta. “El producto se anuncia como natural, pero no debemos llamarnos a engaño: es tan peligroso como las drogas de diseño". El opio es natural, como la marihuana y las hojas de coca. La aspirina y el valium se sintetizan en un laboratorio. Sin embargo, los primeros están prohibidos y los segundos se anuncian por televisión o se recetan pródigamente. Pero tanto da. Si podía aprovecharse la reciente histeria generada por los medios de comunicación y los poderes públicos respecto a las “drogas de diseño”, mejor. Aunque fuera falso: la cafeína y la efedrina son naturales, directamente extraídas del café y de la efedra, dos vegetales, al igual que el ácido benzoico que se usa como conservante alimentario. Pero la cuestión es liarlo todo. El Delegado del Plan Nacional sobre Drogas pedía a las comunidades autónomas que retiraran el producto e impidieran su venta. Tampoco importaba nada que eso no pudiera sustentarse en ninguna base legal como diversas policías autónomas hicieron ver. De hecho, a los pocos días se aclaró la cuestión: el Ministerio de Sanidad prohibía la sustancia. No solo habían desaparecido las contradicciones sino que los medios de comunicación pasaron a informarnos de que en los propios Estados Unidos también se estaban considerando los “efectos nocivos” de la sustancia. ¿A raíz de la decisión española? Quién sabe.

Luego se nos informó de que el presidente de la OMS, durante la inauguración del Congreso Mundial de Psiquiatría, declaraba que había en el mundo 1.500.000.000 de enfermos mentales, entre a los que incluía a los fumadores. El presidente, conocido luchador antitabaco, exhibía orgulloso ante las cámaras una reproducción de una orden del Santo Oficio que prohibía, amenazando con penas de cepo y picota, “a todo aquel campesino, menesteroso o caballero que fuese sorprendido inhalando o expeliendo humos de la planta Nicotiana Tabacum... “.

A los pocos días Clinton, como parte de su campaña electoral, declaraba el tabaco una ‘droga adictiva’. Nada nuevo hay en ello, pero como consecuencia de haber visto la luz anunciaba una serie de medidas restrictivas respecto a la venta y publicidad del tabaco en Estados Unidos. Dole, su oponente en las elecciones, definía su posición respecto a la tolerancia que hay que tener respecto a las drogas como “Zero, zero, zero...”.

Unos investigadores descubrían que en el hachís y el chocolate (el derivado del cacao) había elementos comunes productores de placer y que explicaban la “adicción” que ambas sustancias producían. Un periódico catalán incluso entrevistaba a un representante de la industria chocolatera para que aclarara si, a la luz de los nuevos descubrimientos, los usuarios del chocolate debían alarmarse y si eso se iba a notar en las ventas.
Aparecieron, ese mismo día, los datos respecto a la evolución en el uso de drogas en EE.UU. Alarma. Los indicadores se disparaban, la juventud caía víctima del gran monstruo de nuestro tiempo. A raíz de este estudio, la revista americana TIME publicaba un chiste gráfico: Un joven, con sombrero de béisbol al revés, pantalones tejanos y cara de tonto, yacía estirado en una guillotina. Sobre su cuello pendían cuatro afiladas hojas, cada una con un nombre: marihuana, cocaína, heroína y LSD. Un verdugo, con capucha y una apariencia patibularia apropiada a la ocasión, con un tatuaje y una cicatriz en el brazo para acentuar su condición ‘antisocial’, sostenía las cuatro cuerdas correspondientes a las cuatro cuchillas. En su camisa un nombre: pusher (inductor). En los pantalones del mocoso con cara de tonto, que con los brazos cruzados esperaba impasible su muerte, una inscripción para aclarar la metáfora a aquellos lectores más lentos: U.S. Youth (juventud americana). El verdugo (inductor) le preguntaba al incauto joven (juventud americana drogadicta): What’s your pleasure? (¿cuál quieres?).
Si ya las anteriores noticias habían puesto a prueba mi capacidad para asimilar pacientemente todo tipo de estupideces, el chiste de marras fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia y me animó a poner por escrito una serie de reflexiones iniciadas años atrás.
Es éste un ensayo sobre drogas y también sobre la prohibición que, en casi todo el mundo, pesa sobre ellas. Tenemos ejemplos históricos de prohibiciones, pero conocemos también sus limitaciones temporales y geográficas. La extensión universal del prohibicionismo farmacológico, trascendiendo credos y religiones, sistemas económicos y políticos, posicionamientos morales y orígenes culturales dispares, es un fenómeno nuevo, como lo es la globalización del mercado y de la cultura. El prohibicionismo, como un ser vivo, nació hace apenas un siglo y ha sabido crear sus propios mecanismos de defensa y subsistencia. Lo más temible es que aparece dotado de la capacidad de reproducirse en otros ámbitos humanos, de mutar para adaptar su forma a las peculiaridades culturales o geográficas más diversas. Se ha convertido en un gran mecanismo social de igualación y exterminio de ‘lo diferente’. Y ha dotado a nuestros estados, con el silencio cómplice de quienes hemos delegado en ellos nuestro afán de orden y protección, de mecanismos de represión que, no sólo son desproporcionados ante el problema a erradicar, sino que se convierten en la principal fuente del problema; sistemas represivos que, avalados y justificados moralmente ante la dimensión de la amenaza que la Droga representa para nuestras sociedades, pasan por encima, en los países libres, de lo que las doctrinas liberales han considerado desde siempre más inviolable: la intimidad, el propio cuerpo, las relaciones personales no forzadas, la libertad de expresión. La tradición autoritaria ve con ellos, por otra parte, justificada y demostrada su antigua afirmación de que el hombre ha de ser controlado de cerca y limitado en su autonomía para que la vida en sociedad sea posible. Los autoritarismos han convertido la lucha contra la Droga en excusa, validada internacionalmente, para sojuzgar y tiranizar. Los integrismos religiosos obtienen la demostración palmaria de que la búsqueda del placer, el epicureísmo, solo acarrea destrucción y muerte, desintegración familiar y pérdida de valores espirituales. Por lo visto, del delirio prohibicionista, como del cerdo, todo puede aprovecharse.

Otro motivo por el que me interesa entender el prohibicionismo es porque en él y en los mecanismos que lo perpetúan están presentes todas las grandes preguntas, todas las maneras de entender el hombre y su papel en el mundo. El prohibicionismo es símbolo y metáfora de nuestro tiempo, es la cristalización trágica de siglos de cierto tipo de pensamiento colectivista que ha antepuesto tradicionalmente el Todo a las partes, lo Ideal a lo real, la Sociedad al individuo. El debate sobre el prohibicionismo, bajo la interesada apariencia de ‘drogas sí, drogas no’, nos plantea en realidad las eternas cuestiones: ¿Debe el hombre delegar su responsabilidad en entidades superiores? ¿Ha el individuo de entregar su autonomía, su capacidad de goce y sufrimiento, de vitalidad y autodestrucción, de conocimiento y autoengaño a instancias superiores, divinas o humanas? ¿Hemos de sustituir los datos y la reflexión por los eslóganes y los himnos bien coreados? En definitiva, ¿es necesario el conocimiento, o es éste, como en el Génesis, la fruta de un árbol prohibido y peligroso al que, por nuestro bien, no debemos acceder?

Estoy convencido que si llegamos a entender la mecánica de autoperpetuación del prohibicionismo, será porque hemos comprendido gran parte de la esencia humana y, desde luego, habremos sabido interpretar los signos de nuestro tiempo.

El ensayo trata de lo que se ha venido llamando ‘el problema de la Droga’, exponiendo diversos enfoques de solución defendidos y mostrando cómo el método aceptado y extendido casi universalmente en nuestros días es el prohibicionismo en mayor o menor grado. Demostraré cómo, al margen de las opiniones de cada cual respecto a las drogas, el prohibicionismo es un experimento fracasado, que no reduce el consumo sino que lo incrementa al tiempo que lo transforma en peligroso; que crea un sinnúmero de conflictos sociales y genera enormes problemas inexistentes previamente, al tiempo que subvenciona y enriquece a las mafias y desarrolla la corrupción en todos los niveles de los países donde se aplica. Hablaré de España y de Europa e, inevitablemente, de Estados Unidos. Pero el absurdo prohibicionista se ha universalizado y hablaré también de esta internacionalización y en cómo afecta a su continuidad.

Una advertencia: a lo largo del trabajo daré cifras y estadísticas sobre consumo de drogas; aunque siempre cito las fuentes, estos números han de tomarse con las debidas reservas. La situación de prohibición provoca que los datos disponibles puedan ser inexactos, cuando no deliberadamente falseados.

Mi posicionamiento ideológico no es ajeno, debo admitirlo, a mi preocupación por el problema ni a mi modo de enfocarlo. Creo en la libertad individual como condición inviolable de una vida digna en sociedad y en que la renuncia a ejercerla, delegando en poderes superiores nuestro derecho a buscar la felicidad es una disposición a la esclavitud que degrada al ser humano. Sólo mediante el conocimiento y la razón, ejercidos en libertad, es posible hacer un uso digno de nuestro albedrío.

1 Comments:

Blogger Unknown said...

HOLA, recién inicio la lectura del ensayo. Estoy muy interesado. De hecho mi intención es hacer un documental sobre las prohibiciones injustas. Gracias

5:02 PM  

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