Drogas y el afán prohibidor

Un ensayo sobre las drogas, las prohibiciones y los delirios colectivos

Una idea de Jordi Cebrián

El prohibicionismo es una guerra

Oímos a menudo expresiones del tipo ‘la guerra contra las drogas’, ‘la lucha contra las drogas’, ‘la dura batalla contra las drogas’. Estas expresiones no son meras metáforas, sino que el enfoque real de la política prohibicionista es, en verdad, el militar. A todos los efectos, el problema a nivel mundial se afronta como si de una guerra se tratase: con pistolas, con ejércitos, con prisioneros y con muertos. El planteamiento de la cruzada antidrogas es militar, como lo es la retórica con que se trata y la propaganda y desinformación usadas para perpetuar esta guerra. En EE.UU, el nombre oficial de la lucha contra las drogas es ‘war on drugs’.

¿Que ha propiciado la militarización, sobre todo en EE.UU., del problema? Probablemente el fin de la guerra fría haya sido uno de los desencadenantes. La necesidad de mantener unos presupuestos militares que permitieran mantener el enorme complejo militar-industrial norteamericano una vez desaparecido el enemigo anterior, ha llevado a buscar otras ocupaciones para la gente del Pentágono. Y a qué mejor dedicar el ejército que a evitar que nuestra sociedad sea destruida por la Droga. Esta evolución natural, reflejada perfectamente en las películas americanas más recientes, donde los supervillanos comunistas han sido sustituidos por narcotraficantes sin escrúpulos, ha venido siendo fomentada mediante una campaña de propaganda, en el más puro estilo militar, que permite disponer de coartadas para las inevitables acciones bélicas . El hecho de que, en su primer discurso tras llegar a la presidencia, en septiembre de 1989, George Bush mostrara una bolsita de cocaína comprada a pocos metros de la Casa Blanca, y que un mes más tarde se produjera la invasión norteamericana en Panamá, con la excusa de que Noriega, ex empleado de la CIA, era narcotraficante, dista mucho de ser casual. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, como se denunció en su momento, el joven vendedor de la dichosa bolsa, que acabó condenado a diez años de cárcel, fue inducido por los agentes oficiales que preparaban la dramática puesta en escena del presidente . Pero la propaganda ya había funcionado. Y es que, como dijo en 1917 Andrew Salacott, "la primera víctima de las guerras es la verdad". Y, en este asunto, la ignorancia puede matar.

¿En qué influye esta militarización del problema en el mantenimiento de la prohibición? La hipótesis de que las guerras existen para dar trabajo a los ejércitos es muy antigua y tal vez nada desacertada en muchos casos. Pero el motivo más importante es que, al elegir el modelo militar para tratar el problema, estamos condicionando también las medidas con que lo afrontaremos y dificultando ciertos cambios de rumbo en las políticas al respecto, pues los nombres con los que designamos nuestras acciones y nuestros posicionamientos en este tema tienen valor por sí mismos, como síntoma indicativo de la manera en que enfocamos la cuestión. Esta concepción militar del problema hace que cualquier política más liberal se entienda como una rendición, y, en consecuencia, como una derrota ante el enemigo, pues, si esto es una guerra, abandonarla equivale a perder. Cito: “La ‘guerra contra la droga’ así planteada adquiere tonos de ‘cruzada’ que hacen imposible una aproximación racional al tema. Lo que se busca es una mera identificación ideológica que ofrezca un frente sin fisuras frente al enemigo externo. Cualquier intento de discutir el tema interrogándose sobre la necesidad y, sobre todo, sobre la eficacia de la respuesta penal es visto con inmediata sospecha de ser una especie de ‘quintacolumnista’ de los traficantes en el campo de los ‘normales’” . A estos razonamientos nos conduce la metáfora militar.

La militarización de la 'cuestión Droga' es un aspecto esencial a tener en cuenta para analizar el actual estado de cosas. Sin él nos será difícil entender la represión, la propaganda y contra-propaganda, las mentiras y el juego sucio empleados a menudo por quienes dicen defendernos de nosotros mismos. Y es que todas las sociedades aceptan que, cuando se está en guerra, las leyes han de imponer restricciones temporales a las libertades de expresión, movimiento e información. Se acepta entonces, también, que los derechos civiles queden recortados y se entiende que quien se opone a las políticas de quienes luchan contra el enemigo es un traidor. Pero, ¿debemos realmente tratar este problema como una guerra?, ¿es la Droga en verdad un enemigo público mayor que el alcohol, el tabaco o el colesterol? ¿Qué coste, económico y social nos supone la ‘militarización’ del problema?. En el tercer capítulo he mostrado algunas de las trágicas consecuencias de esta política que, como suele acontecer, recaen sobre las minorías interiores más desfavorecidas y sobre los países tercermundistas.

Por otra parte, analizar un problema con terminología militar nos conducirá sin duda a soluciones basadas, principalmente, en hombres armados. Pero hay que recordar que la 'guerra contra las drogas' no es en realidad tal cosa. Las drogas no se defienden ni oponen resistencia alguna. De hecho la guerra es contra personas, contra usuarios, fabricantes y vendedores. Es a estos colectivos a quienes se quiere tratar a punta de bayoneta. Recapacitemos. Aun asumiendo que quien se droga esté cometiendo una inmoralidad y esté dañando su salud, ¿no es aberrante y desproporcionado usar policías, soldados, paracaidistas, unidades antiterroristas, pistolas, aviones de reconocimiento, satélites de observación y servicios de espionaje para evitarlo? Hay una frase apropiada para esta actitud: matar moscas a cañonazos. Y el problema de usar un cañón para matar moscas no es sólo el dispendio inútil de recursos, sino que, además, lo dejas todo hecho unos zorros, aun teniendo la suerte de no pillar a un infeliz en medio.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Magnifica disertacion sobre el militarismo. felicidades.
Izquierda socialista de jerez

4:45 AM  

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